Estaba en el fondo del parque, avergonzada de su pequeñez, intentando esconder esa mediocridad que, su compañero le había dicho, siempre llevaría consigo.
Esa ciudad era demasiado grande para ella, llegada de un pueblecito de montaña con sus pocas cosas en una mochila y poderosos y grandes sueños en su loca cabeza.
Acababa de cumplir dieciocho años y solo quería vivir sin que nadie le dijese como; estaba acostumbrada a ser rebatida continuamente por sus padres, a no ser tenida en cuenta, a que su opinión no valiese nada y ahora el mundo se le presentaba demasiado grande y complejo. No había tenido muchas oportunidades para optar y ahora no había oportunidades. Tenía hambre y no sabía de donde sacar comida. Sus padres no querían ayudarla para que la necesidad le hiciese volver a casa pero ella tenía una firme determinación de no hacerlo y estaba paralizada por la ausencia de opciones.
Paso por allí un amigo y le dijo si quería tomar un café, ella negó con la cabeza sabiendo que no era una invitación. No era capaz de decirle que tenía hambre, al fin y al cabo él no era responsable de su "indefensión".
Fue a pasear por la Rambla intentando despistar su mente y adormecer su estómago. Por aquel entonces ella no sabía que existían comedores de la caridad, ni tal vez se hubiese atrevido a visitarlos y la única opción que se le presentaba era buscar trabajo. No había paseado por el mundo con nadie, en su pueblo no había bibliotecas y hasta conseguir un trajín o un baúl con el que empezar fue una tarea ardua y difícil pero al fin tenía un periódico bajo el brazo y un boli para poder anotar cualquier anuncio esperanzador.
Pero en el suelo revoloteaba junto con algunas hojas de los árboles, una fantástica hoja en blanco y lo que hizo fue ponerse a escribir, allí sola en el fondo del parque, todo lo que no era capaz de plasmar en la vida lo plasmó en ese papel sucio hasta vaciarse, hasta que sus mismas letras la consolaron y le adormecieron el estomago llevándole a otro mundo más accesible donde vivir no estuviese prohibido, donde ser libre y único dueño de la vida propia no estuviera castigado, donde ser diferente fuera un valor.
De pronto un niño irrumpió en el parque y con disimulo tiró su bocadillo a la papelera, su madre desde fuera le chilló para que no lo hiciera pero ya el bocadillo estaba en el fondo entre papeles y latas. Tardo un rato en reaccionar, además no quería que nadie la viera. Por un rato se sintió con las manos llenas, aunque sabía que no era capaz de retener nada entre ellas.
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