martes, 27 de agosto de 2013

Pequeñas memorias



Otra vez habían vuelto a gritarse, a faltarse al respeto, a enfadarse, a herirse; como una rueda de molino predestinada a tropezar una y otra vez en la misma hendidura, viéndolo venir y sin poder evitarlo, cada domingo se repetía la misma historia.
El abuelo insistía en que no faltáran a la cita y ninguna razón era suficiente para saltarse su terquedad y su determinación. Y había días buenos en que incluso apetecía madrugar un poco y coger la carretera rumbo al pueblo, pero otras veces era todo un trabajo conseguir encontrar bajo las sabanas las ganas de levantarse e imponerse, en su único día libre, esa obligación que debería partir del puro deseo y disfrute, del cariño.
En su subconsciente era tan grande el peso del deseo paterno que, en silencio, conseguía aplastar los suyos propios casi sin que se diera cuenta y además aplastaba los de sus hijos en pro de ese deseo superior que los tenía colonizados.
Y todo para seguir siendo juzgada y condenada, para seguir frustrando las expectativas de su padre.
Recordaba su juventud cuando no podía esconder sus sentimientos y sus deseos eran irrenunciables, recordaba el asco que le daba la hipocresía de todo el mundo, condenado a seguir haciendo lo que era correcto, lo que tenía que ser, lo que los demás esperaban de ellos, recordaba la violencia que respiraba tras esas vidas impolutas y su soledad, su desarraigo absoluto y su deseo oculto de no pertenecer a nada ni a nadie. Entonces todavía buscaba un mundo mejor y unas gentes mas integras y odiaba a su familia por no ser capaz de arrancarse los hilos invisibles que le ataban a ella y le hacían sentir culpable por no ser lo que ellos esperaban, por no hacer lo que ellos querían, por no someterse.
Recordaba a sus aliados los montes que tantas veces le habían arropado, consolado y servido de refugio, recordaba sus gritos silenciosos escritos en la multitud de cartas y hojas que escribía, recordaba sus mudos amigos los libros con quienes había conocido la diversidad del mundo y con quienes tantas aventuras y tantos mundos había corrido.
Pero por alguna razón que no consigue desvelar, no recuerda casi nada de su infancia; un vacío que produce vértigo es lo único que encuentra cuando intenta hurgar en su mente buscando sensaciones, momentos, personas de su tierna infancia, lo único  que encuentra es un sentimiento de insignificancia, de desvalidez que lo ocupa todo.

Recordar: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón          E. Galeano

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