viernes, 13 de febrero de 2009

La buscadora.

Caminaba por la calle con paso rápido, no tenía prisa pero le gustaba andar con energía, le hacía sentir más viva; de lejos sus generosas melenas saltaban y volaban con cada paso y yo me sentía débil ante tanta energía.
Buscaba los ojos de la gente que pasaba a su lado porque todos los rostros le parecían conocidos y esos ojos le contaban las historias que sus rostros escondían. Los imaginaba en sus vidas importantes sin tiempo y sentía compasión de tanta pobreza. Yo hacía el mismo camino de todos los días y, como siempre, me cruce con ella; por una vez olvide la prisa y me deje llevar tras sus pasos.
Fue hasta el centro y se sentó en los escalones de la plaza, la vida entraba en ella y desde su interior iluminaba esos ojos con un brillo tan generoso y tan triste que cuando la vi me pareció que solo ella y esa enorme plaza desierta existían. Los cabellos abundantes le caían ralos y grises por los hombros y sus ropas parecían las de alguien de otros tiempos, desteñidas de tantos lavados. Era como si la hubiesen traído desde el campo de otro siglo y no supiese cual era su tarea entre tanto trajín. La soledad de la plaza la salvó, como el naufrago que consigue llegar a la orilla.
Me senté a su lado y la saludé con un gesto. Por un segundo la extrañeza y la desconfianza quisieron ganar un lugar en su mirada pero la complicidad venció y un segundo después me estaba preguntando si era de allí. Mire extrañada alrededor y nos reímos. "Bueno nací cerca en un pueblo a cien kilómetros de aquí pero también podría ser de la otra parte del mundo porque después de recorrerme medio mundo y vivir en diferentes lugares solo acabé aquí por azar"-acabe por contar.
"Antes cambiaba de ciudad cuando necesitaba vencer la monotonía, ahora cambio los muebles de sitio"-bromee, aunque era verdad.
Hacía frío y yo estaba helada así que a mi nueva amiga se le ocurrió invitarme a un té que yo acepté encantada. Me llevo por callejuelas por las que nunca antes había pasado hasta un viejo edificio donde parecía no vivir nadie. La fachada estaba tapada con una lona azul que protegía a los transeúntes de cualquier desprendimiento. Pasar por debajo de esa lona fue como viajar a otro mundo, al escenario de mis sueños de niña, a ese olvidado lugar donde todo era posible y donde lo feo y malo también era hermoso.
No podría describir lo que sentí cuando me descubrió su hogar, aquel sitio estaba abarrotado de las cosas más increibles en un desordenado orden y todo formaba un colorido abanico de formas y posibilidades.
Me preguntó si me gustaban sus tesoros, aunque por mi asombro debió de intuir que si, me contó que los encontraba en los contenedores de basura y yo no daba crédito a la belleza de aquel lugar.
Bebimos una taza de te en dos tazas preciosas, aunque diferentes y me supo tan bien que le pregunte si podía visitarla al día siguiente. Me fui contenta y esa noche soñé como una niña y mis sueños se poblaron de seres especiales y únicos, extraños y hermosos.
Al día siguiente preparé con cariño un pastel y me encaminé hacia la casa de mi amiga, ya de lejos oí un gran estruendo que me llenó de desasosiego y cuando doble la esquina vi con horror como las escavadoras levantaban por los aires la casa, los sueños y hasta la vida más brillante que yo había conocido.

LOS NADIE

"Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los nadie con salir de pobres,
que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer,
ni hoy, ni mañana, ni nunca.
Ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,
por mucho que los nadie la llamen,
aunque les pique la mano izquierda,
o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadie: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadie: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre,
muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadie, que cuestan menos que la bala que los mata."

Eduardo Galeano