lunes, 26 de marzo de 2012

De salvajes y otras tribus


Mi madre diría que si te acostumbras a vivir sin disciplina eres como un árbol torcido, y los árboles hay que enderezarlos desde pequeños para que crezcan rectos o con la forma que su dueño quiera por capricho o porque produce más. Los caprichos de la naturaleza están prohibidos en una naturaleza prostituida por la producción.
Pero cuando te acostumbras a no dar cuentas a nadie, cuando el juicio del mundo no es de tu incumbencia, cuando los horarios de tu vida son lo suficientemente flexibles como para depender más de tus apetencias que de tus obligaciones, cuando comes solo si tienes hambre y duermes cuando tienes sueño, cuando empiezas a deshacerte de tus los prejuicios y culpas, cuando lo que posees deja de ser importante y no sirve de medida para valorar a las personas, te sientes tan ligera, es como volver a lo salvaje, a lo más innato de nosotros en este mundo tan antinatural.
Esta inmensa maquinaria hace posible que una pequeña minoria viva  a todo tren de la pobreza y el sudor de una gran mayoría y si decides salirte del engranaje te conviertes en un excluido, un vago que tiene que sentir remordimientos de su "inutilidad", de su rebeldía.
Pero la verdad es salvaje y si tuvieran tiempo entre el trabajo y la familia para pensar, para observar el funcionamiento de este mundo se darían cuenta de la estafa de esta vida que vivimos cada día con resignación y que nos venden a tan alto precio.
Erik From decía que tenemos miedo a la libertad por las responsabilidades que conlleva porque cuando dejamos de obedecer  hay que enfrentarse a las consecuencias de nuestras decisiones pero la responsabilidad no esta reñida con la indisciplina ni la desobediencia con el respeto. Es el querer frente al deber y en este mundo no se pueden permitir que prevalezcan los placeres porque no son productivos.
Y la principal arma del sistema capitalista contra este relajo es la familia, una de las cadenas mejor inventada que reproduce en su seno el sistema represivo y jerarquizado de la sociedad patriarcal.
Si intentas salir, la reproducción infinita de ella que te rodea se encargará de llevar a la oveja descarriada a casa o echarla del rebaño con sus sistemas de marginación hechos a conciencia para que la máquina no se pare o el resto no se contagie.
Ser libre esta prohibido, vivir sin trabajar esta penado si eres pobre, y si eres rico ni siquiera vas a tener oportunidad de salir de tu rebaño porque tus riquezas te protegeran de conocer la vida, acaparando todo tu tiempo en no perderlas.
Cuando se besa un poco de libertad, tu pie ya no puede retroceder, volver atrás es insoportable. Es como la tortura de la que te liberan y a la que te habías acostumbrado. El dolor formaba parte de ti y ya no le prestabas atención, pero cuando te liberaste te sentiste tan aliviada, recordaste todo el dolor anterior y ¿como podrían convencerte para volver a la tortura?.
Este es el camino de mi vida, ir librando batallas contra un mundo que no me gusta e ir despojandome de los miedos, las corazas y los sentimientos de culpa que esta educación cristiana me inculcó sin yo pedirlo cuando no podía defenderme.
Buck, el perro de Jack London, cuando recupera la selva siente remordimientos por su amo, aunque no añoranza; después de recorrer kilómetros y kilómetros de selva, siente la sangre correrle por el cuerpo por primera vez y, de verdad, se siente vivo y liberado, pero la culpa no le deja seguir, vuelve al amo para reconocerlo que no para quedarse. Su libertad es ahora más importante que lo más querido y no perjudica al amigo, solo perjudica al amo que no puede valerse más de ti, que no puede aprovecharse, y eso no se puede consentir, el amo te necesita, tienes que trabajar para él ¿porque? porque él es el amo. Generación tras generación el amo siempre es el mismo porque fué el más rápido, el más listo o el más traidor, tal vez fué un asesino pero ya no lo recordamos, por eso nos prohiben la libertad, por eso no nos dejan correr libremente, ni que nos hierva la sangre, ni que nos sintamos vivos porque entonces descubririamos la plenitud de la vida, recuperaríamos la memoria y no tendríamos más remedio que desobedecer como pulsión vital, como puro instinto de supervivencia, solo nos quedaría correr, correr como no lo habías hecho nunca y recuperar la vitalidad perdida porque ante ti solo esta la selva para recorrerla y la reconoces, y la recuerdas y sabes que no te van a volver a atrapar.

"Si hay algo más importante que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita"

sábado, 24 de marzo de 2012

Bichos raros, anacronismos y desencuentros con la vida

Confinada en la defensa de su individualidad, en la terca decisión de ser ella misma, de no dejarse domesticar, había llegado a aquel mundo donde las prioridades eran la supervivencia pura y dura.
Cada mañana lanzaba sus libros por encima del muro del chupano donde dormía y luego saltaba al mundo para ir a clase. Cuando llegaba al instituto sus cascabeles, sus faldas largas y sus pies descalzos la delataban.
Caminaba por los largos pasillos acompañada del clin clin chivato de su postura sintiendo el abismo que la separaba del resto y a sabiendas de que había mucho más que les unía pero sin ser capaz de sortear la enorme distancia.
Solo la maestra de literatura intentaba reconocerla y visibilizar y dotar de sentido su pose, seguramente porque le parecía muy literaria.
Estar en la calle tenía cierto encanto que terminaba cuando la libertad aparente de no tener obligaciones llegaba a la boca del estomago reclamando comida o cuando el frío se instalaba en tus huesos y no había cartón ni portal capaz de protegerte de esa conquista. Entonces la humillada postura de la limosna tomaba forma y se imponía con la misma cotidianeidad que el rugido del estomago, desterrando otros desvarios.
Pero cuando por la noche se sentaba bajo una farola a "estudiar" y el abismo con su mundo más cercano se hacía insalvable, soñaba con otros mundos posibles y sentía el valor de su postura, la valentía con la que se mantenía lejos de la mediocridad y la manipulación. Entonces se acercaba a los demás "carrilanos" con los que compartía, al menos, la precariedad de la libertad y bebía un largo trago del calimocho más cercano sin pedir permiso, ni justificarse.

domingo, 18 de marzo de 2012

¿Tejiendo la vida o cultivando la muerte?

Me acerque al balcon donde mi madre pasaba la mayor parte del día.
Desde que vino del pueblo a vivir a casa era el único lugar donde se sentía tranquila, desde alli dominaba la calle, el parque y parte de las casas de enfrente y para ella era suficiente, esa ventana al mundo desde su sillon era lo único que necesitaba para pasar el rato.
Las voces de sus nietos y sus amigos le llegaban hasta alli atenuadas por la pared que la separaba del comedor donde se arremolinaban unos alrededor del ordenador peleando por el dominio del raton que una y otra vez acababa en manos de mi hijo, porque "por algo estaba en su casa"- se justificaba ante los amigos. Y los más pequeños ante la playstation con la que aprendían a leer casi directamente en inglés: "¡aprieta donde dice star!"- decía el pequeño de apenas cuatro años.
A la abuela le hubiese gustado contarles historias de cuando ella era pequeña pero no la tomaban en serio, cuando ella empezaba a hablar de lo que había trabajado con diez años primero la incredulidad y luego la sorpresa dejaban paso rápidamente a un abismo de incomprensión imposible de sortear, o al menos eso creía yo.
Ella intentaba ser útil remendando los calcetines de mis hijos y yo le decía que era demasiado trabajo para lo que valían nuevos, cuidaba las cosas como si fuesen tesoros y a mi me enfurecía ver como (pensaba yo) daba más importancia a las cosas que a las personas, "eres una aguafiestas" ("desmancha-plazeres"-el término portugues definía mejor lo que yo quería decir)-le decía yo cuando reñía a los chicos por su impetuosidad.
Habiamos intercambiado los papeles, yo era la que consentía y ella la abuela que debía velar por conservar todos esos valores tradicionales y esa cantidad de normas que hacían de la vida una obligación sistemática y pesada. Ya sería recompensada en el otro mundo.
A mi madre le habían enseñado que la vida, sobre todo para las mujeres, era una sucesión de obligaciones serviles de las que solo la muerte liberaba. No era capaz de disfrutar, ni de desear más que lo que le habían permitido y, aún eso, con moderación. Era triste ver la tristeza, el vacio de su vida cuando llega al fín y ya esas obligaciones no tienen sentido y dejan de ser posibles pero tampoco el placer y el disfrute tienen cabida porque las costumbres y la religión lo han destituido.
Yo intentaba que aprendiese a andar sola pero ella me repetía una y otra vez que ni sabía ni quería, que siempre la habían llevado a los sitios y yo sentía con horror su limitación forjada a lo largo de tantos años de sentirse incapaz.
Quería ver la vida, la idea que tenía de la vida, desde su ventana y sin estridencias y mientras los pocos años que le quedaban se arremolinaban entre la pelusa de un rincón en la soledad, la incomunicación y la calma enfermiza de una vida sin deseos y ni placer.



“La condición mamífera”

“El animal humano se define por su carencia de instintos, porque la naturaleza es tan sólo en él una falta…”; “el hombre no es por ello el producto de una evolución natural, sino tan sólo el resultado de una ruptura con las leyes naturales”; “la sexualidad humana es libre por cuanto no está sujeta a ley natural alguna, se inscribe desde el principio en el terreno de lo simbólico”; “destituyo a la naturaleza lo mismo que a la cultura”…
Estas frases (extraídas del prólogo que el poeta español Leopoldo María Panero escribió para una recopilación de textos del Marqués de Sade) son un buen resumen de una poderosa corriente de pensamiento que ha atravesado por el mismo centro a la cultura occidental en sus más de dos mil años de historia.
En el siglo XXI, la postmodernidad está consistiendo en darnos cuenta de que muchas de las cualidades que habíamos tomado como esenciales, inherentes, al ser humano, no son tales, sino más bien relativas a un ser humano concreto, histórico y coyuntural: el ser humano de la civilización que se erigió desde el neolítico, de la civilización patriarcal.
El discurso feminista más conocido ha ubicado el patriarcado allí donde más se ve: en la dominación del hombre sobre la mujer (mujeres sin derecho al voto, sin derecho al divorcio, sin derecho al aborto, sin derecho al trabajo, sin derecho al poder económico, desigualdad salarial, violencia machista, etc….). De hecho, hoy los términos feminismo y patriarcado están -quizás por esa causa- desvalorizados por muchos, pues suenan a una guerra o revancha entre hombres y mujeres, que parece absurda.
Sin embargo, otros autores como Claudio Naranjo, han definido el patriarcado como algo mucho más amplio: como una forma de pensar y actuar compartida por todos, una forma de entender el mundo en la que el cerebro racional predomina (y domina, neutraliza) sobre los otros dos cerebros humanos: el cerebro límbico-instintivo, y el cerebro emocional.
El patriarcado así entendido, describe ese estado psico/físico/social patológico, caracterizado por la represión emocional, la separación cuerpo/mente y la escisión de la naturaleza, que ha caracterizado a la sociedad humana en los últimos cuatro o cinco mil años.
Wilhem Reich se percató de que ese proceso de represión emocional comenzaba desde el mismo momento del nacimiento. Y también que la represión emocional, la sexual y la social son las distintas caras de una misma represión vital.
Casilda Rodrigáñez ha explicado luego que ese proceso represivo está allí donde nunca hemos mirado: comienza y se reproduce precisamente con la supresión de la maternidad corporal, que priva al bebé mamífero humano de sus necesidades innatas.
La madre amorosa, empoderada, entrañable, primaria, original, disponible para su criatura a través de su cuerpo, de la lactancia, del colecho, del abrazo, del tiempo incondicional… ha sido aniquilada a través de la represión de la mujer durante varios milenios; a la vez que se ha institucionalizado el castigo, la soledad, la mano dura y la pedagogía negra desde el momento del nacimiento.
Así, la reproducción de la mente patriarcal, de la mente egoica y neurótica que hace posible la sociedad de la dominación, pasa por la negación de nuestra condición mamífera.
Porque el ser humano sí tiene un instinto, una necesidad, un deseo y un placer en el momento en que nace, como cualquier otro mamífero: el de succionar el pecho materno, de permanecer junto a él, de estar acompañado noche y día, de ser alimentado, portado y protegido durante meses y años sobre el cuerpo de su progenitora (y progenitores) como cualquier otro primate y mamífero.
Y es ahí, donde apenas hemos mirado, donde está el punto crítico de la civilización.
Curiosamente, los actuales corpus teóricos del feminismo de la igualdad, así como las teorías queer, al negar cualquier determinismo biológico en la construcción de la sexualidad, terminan convergiendo con su mayor enemigo, las doctrinas teológicas y bíblicas, en un mismo punto: la negación de la naturaleza.
Ello es comprensible si consideramos que tanto las mujeres como los homosexuales hemos necesitado a toda costa “demostrar científicamente” nuestro valor social. Si la sociedad hubiera sido tolerante con los seres humanos de todo tipo, forma, color y por supuesto filiación sexual, tales desvaríos teóricos no serían necesarios.
Porque lo cierto, lo que desde Darwin es ya innegable para muchos, es que los seres humanos somos primates, somos mamíferos y somos animales, y tal ruptura simbólica con las reglas de la naturaleza no puede producirse, porque en ello nos va nuestra propia condición humana. La neurobiología es cada vez más clara al respecto.
En ese sentido, las teorías ecologistas convergen con las teorías humanistas: nuestra humanidad está allí donde mismo están las otras formas de vida. La vida es un continuum. Y negarlo nos aboca a la destrucción que constatamos del resto de las especies vivas y del hábitat común de todos.
¿Puede existir un punto en el que feministas, homosexuales, católicos, ecologistas, humanistas, espirituales… podamos entonces convergir?
Sí, en el amor. En la importancia del amor, la tolerancia, el respeto, la solidaridad… para la supervivencia de la sociedad. Todos los valores éticos son expresiones sociales del amor. Y el amor es algo tangible, es una conducta concreta que se mama desde el principio, cuando nuestro cerebro y nuestro sistema emocional se empieza a construir: cada bebé que nace, inmaduro, igual que hace millones de años en la selva, trae inscrita una necesidad innata, el instinto y el deseo de succionar, y de permanecer arropado por el cuerpo maternante.
El neonatólogo Nils Bergman, director de la maternidad de Mowbray en Sudáfrica y uno de los mayores expertos internacionales en cuidados madre-canguro, lo explica y sustenta claramente:
“En términos biológicos, el Homo sapiens es un mamífero. Lo que caracteriza a todos los mamíferos es que tienen mamas (del latín ‘mammae’) destinadas a la alimentación de las crías. Las investigaciones biológicas en numerosos mamíferos han demostrado que los procesos neurológicos que tienen lugar durante la gestación (el desarrollo embrionario) están ‘altamente conservados’, es decir, son casi idénticos en todas las especies (Christensson, 1995). Los mecanismos endocrinos fundamentales de la gestación, son también notablemente similares en todas las especies (Keverne y Kendrick, 1994). Hay modelos de comportamiento programados por el sistema límbico de nuestro cerebro. Desde el nacimiento, todos los mamíferos presentan una ‘secuencia comportamental definida’ (Rosenblatt, 1994), que lleva al arranque y al mantenimiento del comportamiento de la lactancia. Existen diferencias en estas secuencias, cada especie tiene la suya propia. Un descubrimiento fundamental y sorprendente ha sido constatar que lo determinante es el comportamiento de la cría recién nacida; que es su actividad la que induce una respuesta cuidadora de su madre (Rosenblatt, 1994).”
Es en el momento del nacimiento, donde la ruptura con la naturaleza y con la condición mamífera se produce, perturbando el proceso de nacer (casi todas las culturas lo hacen de un modo u otro: separan al bebé de la madre y se lo llevan), socavando la lactancia, poniendo al niño a dormir solo, dejándolo llorar… y más tarde usando todas las estrategias conductistas de la crianza adultocéntrica.
Desde finales del siglo XX, los sociólogos (Giddens, Ibáñez…) se dieron cuenta de que es en la micro-sociología, en las conductas cotidianas, donde están las claves para comprender la macro-sociología, los grandes problemas de la humanidad.
Es hora ya de que aceptemos que la humanización del nacimiento, la crianza corporal, la educación desde el respeto y la empatía… es el principio de la justicia social. Y también del equilibrio entre la naturaleza y la cultura, el cuerpo y la mente, el intelecto y las emociones.
Ahí. Recuperando nuestra condición mamífera.
Por Ileana del blog Tenemos Tetas 

jueves, 8 de marzo de 2012

No me arrepiento de nada


"Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado
rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio,
me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez
bajo la planchada y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
dechado de virtudes,
Sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones
a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios
-en horas de oficina-
y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso
con que los genes de todos mis ancestros
me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser."  
Gioconda Belli


viernes, 2 de marzo de 2012

¿Comunidad? ¿educativa?



He renunciado a mi cargo en la Junta de la Ampa del cole de mis chicos y a seguir colaborando y dinamizando el blog que cree como espacio de encuentro, información y comunicación de las familias del cole:  El blog de la Ampa
Son varios los motivos que me llevan a tomar esta decisión y no tienen tanto que ver con la Ampa en sí sino con el cole, sus metodologías, las actuaciones de sus profesores y los acotados espacios de participación y decisión que nos dejan a las familias.
Cuando entre a formar parte de la Junta de la Ampa lo hice desde el convencimiento de que un colegio es una Comunidad Educativa en la que todas las familias pueden y deben participar para contribuir entre todos a la construcción de una escuela en la que todas las familias nos sintamos reflejadas e incluidas; pero estando cerca he constatado que esta comunidad es mentira y las familias solo tenemos voz (cuando se dignan preguntarnos) pero no voto (aunque exista un Consejo Escolar) y, lo que es más triste, los niños tampoco tienen ningún poder de decisión ni siquiera en las cuestiones que más les afectan.

No solo se traiciona a los niños y niñas diciéndoles unas cosas, hablándoles de unos valores para luego hacerles formar parte de una competitiva carrera hacia el éxito sin motivar ni posibilitar relaciones colaborativas y de convivencia; sino que además se les expulsa, suspende y, en el peor de los casos, se les medica, por su propio bien. ¿Cómo podrán los maestros y maestras desde esta posición tan desventajosa crear vínculos y hacer sentir a los niños y niñas que no son una amenaza a su instinto de conservación?
En los años que llevo en el colegio me he ido dando cuenta de que los profesionales de la educación individualizan los problemas de los niños y niñas impidiendo, con esa fragmentación, que socialmente se perciban como algo colectivo y haciendo del fracaso escolar un problema individual de cada niña o niño y de su familia, sin compartir este fracaso.
No me siento dispuesta a seguir formando parte de esta falsa comunidad “educativa” y seguiré denunciando los abusos que se dan en la escuela y defendiendo a los niños y las niñas porque es un sistema con una competitividad brutal y un nivel de descalificación personal (cuando no alcanzas sus mínimos) tremendamente peligroso para los niños y niñas que se salen de la norma por alguna causa.

Si está habiendo una división en la comunidad educativa lo están provocando los maestros y maestras que se escudan en el corporativismo de "lo hacen todos" y yo ¿cómo me voy a sumar a una reivindicación que es una agresión en toda regla?
Hay cuatro razones básicas para defender las actividades complementarias:
1. Los mismos maestros y maestras siempre han insistido en su importancia para la motivación y el refuerzo de contenidos curriculares.
2. Todas necesitamos de espacios de excepción dentro de la cotidianeidad y la norma.
3. No todos los padres tienen inquietudes culturales y una función de la escuela es facilitar experiencias a los niños y niñas que no tienen posibilidades en su entorno, es otra forma de luchar contra las desigualdades sociales.
4. Un amplio sector relacionado, sobre todo teatros infantiles y cuentacuentos salen muy perjudicados también injustamente.

Se pide a las familias apoyo, se pide un esfuerzo, pero los maestros y maestras no pueden salirse de su pequeño mundo y acercarse al mundo de los mortales (que perdonen los que no son así); se habla de Comunidad Educativa pero los padres solo podemos acatar sus decisiones y apoyarlas aunque nos perjudiquen. Y ni siquiera se votaron las medidas que han tomado en el Consejo Escolar aunque modificaban la PGA que ya había sido aprobada.