sábado, 25 de noviembre de 2017

La relación como base de la intervención



El conflicto es necesario, es importante y es la herramienta más valiosa que tenemos después de la relación y el vínculo.
No podemos borrar el conflicto de la vida de las chicas y chicos que se encuentran en el sistema de protección como por arte de magia. El hecho de tener techo y comida no quiere decir que tengan sus necesidades cubiertas, no va a evitar que cada uno reproduzca (sobre todo cuando han cogido confianza) el malestar que llevan dentro con las formas y la emoción que les enseñó la vida. Y nosotros tenemos que tomar ese conflicto con la punta de los dedos para que no se nos deshaga entre ellos o para que no explote y, con todo el respeto y la sensibilidad que podamos manifestar hacia lo que el chaval siente, hacerlo herramienta, constituirlo oportunidad educativa, aprovecharnos de él y tomarlo como un momento privilegiado en el que se nos "permite" intervenir.
Pero no podemos intervenir si la chica o el chico sobre el que recae esa intervención no nos da permiso. Por eso antes hay un trabajo mucho más importante que es la construcción de la relación, el ir acortando distancias para que el otro no nos perciba como invasor, ir compartiendo espacios y tiempos en la cotidianeidad y también en la excepción e ir tejiendo una suerte de relación que, solo en la medida que el adolescente quiera, se transformará en relación educativa. Y solo en la medida que la chica o el chico perciban esta relación como positiva y valiosa para él cumplirá su función, podremos constituirnos en referentes valiosos y nuestra palabra tendrá un sentido, será escuchada y tenida en cuenta.
Las que somos madres y padres hemos adquirido y asumido otro ritmo tanto en las urgencias como en las expectativas con los chavales y chavalas y esto ya de por si mismo nos da una serenidad y una postura mucho menos rígida y menos gravosa ante decepciones y objetivos no cumplidos que no tiene los educadores más jovenes que no ha tenido la experiencia de acompañar a un bebe que no entiende de urgencias, ni de prioridades ni de razones, las mamas y papas hemos experimentado como pasito a pasito todo se alcanza y como en educación las prisas no son buenas compañeras.
Los chicos tienen que vernos como algo que no va contra su instinto de conservación, tenemos que buscar momentos de diálogo y de cercanía con ellos, compartir numerosos espacios y tiempos para que no se rompa esa relación base de la acción educativa.
Y la autoridad y el respeto no te lo puedes coger, te lo tienen que dar los chavales por eso también la relación hay que cuidarla, mimarla, darle todo el valor, llevarla entre algodones porque a estos chicos acostumbrados al abandono, al paso constante de personas por sus vidas, al desapego, a la soledad, lo único que los puede limitar es sentir nuestra sincera apuesta personal por ellos pese a su conducta, es percibir el cariño, la preocupación, el respeto a su malestar a su rabia, a su enfado y, porque no, percibir que tienen derecho a enfadarse y a mostrarlo al mundo con toda su intensidad. Esa percepción de que seguimos allí sin desencantarnos, desde una posición crítica y educativa con su conducta, pero sin dejar de apostar por ellos, animándolos a volver a intentarlo, eso es lo único que los puede persuadir de que su conducta hace daño y les hace daño y les puede hacer cambiarla.