lunes, 30 de noviembre de 2009

La bicicleta

Llevaba tres días atada a la farola de esa calle y no había visto a ningún vecino nuevo en el barrio. Le intrigaba y atraía sobre todo por su color azul brillante y lo antigua que era pero lo que más le provocaba era la osadía con que retaba a la mala fama del barrio al mismo tiempo ignorandola. ¿De quien sería?.
No podía dejar de imaginar a la chica, porque solo podía ser una chica, romántica, idealista y muy atrevida.
Llevado por un impulso irrefrenable se apresuró a subir por la escalera de un portal cercano que encontró abierto; pensó que quien dejaba la bici en la calle tres días necesariamente debía dejar el portal de su casa abierto. No sabía lo que iba a decir pero subió decidido pasando de largo todos los pisos hasta llegar al último y llamó a la puerta.
No se sorprendió cuando le abrió la puerta una mujer, su rostro marcado por las arrugas reflejaba un sufrimiento muy antiguo, casi más viejo como ella, pero su mirada era jovial.
"Hola soy tu vecino y quería darte la bienvenida al barrio, si necesitas alguna cosa"- consiguió decir.
Ella lo miro sorprendida, por lo que él pensó era una osadía, pero lo invitó a entrar al piso que era de una única estancia, tomaron un té amargo con cardamomo sentados en una de las muchas cajas de libros que ella aseguro eran los que llenaban de gentes su mundo.
Miró en derredor y aunque no reconocía nada sin embargo todo le era muy familiar; mientras hablaban de cosas triviales solo pensaba en la cercanía y el afecto que sentía por aquella mujer, como si la conociera de toda la vida.
Amontonados por doquier había diccionarios, manuales de filosofía y de historia, novelas, revistas y cuadernos abiertos siempre con algo escrito y a veces tachado con rabia. Todavía no se había instalado y no había en la estancia más muebles que unas cuantas estanterías, una mesa camilla y dos sillas, ella le dijo que no necesitaba más porque no le gustaba dedicar mucho tiempo a limpiar. La habitación sin embargo ya reflejaba su personalidad dibujada a grandes trazos en el color y calor que daban dos pañuelos colgados de las ventanas y unos cuantos cuadros dispares entre si pero muy hermosos y expresivos.
Todavía no había visto allí en el rincón el caballete con el cuadro a mitad de pintar, desde él le sonreía un rostro muy parecido al suyo. Se quedo ensimismado, mirándolo incrédulo.
"No eres tu"- acertó a decir ella.
"Pero se me parece".
"Tu te hiciste a ti mismo con trozos de gentes y yo pinte el cuadro con retazos de recuerdos"
"Ya pero somos casi iguales".
"No, tu estas vivo".
"Pero tu me imaginaste antes de conocerme".
"Pero tu existías antes de que yo te imaginase"
Salió a respirar a la terraza y dejo que su vista se perdiese entre los tejados. Estos siempre le devolvían a la infancia, a ese tejado en el que se refugiaba cuando quería huir de los adultos y en el que se sentía a salvo y libre. Al tejado del orfanato donde se crió y desde el que veía el mundo a sus pies por una vez pequeño y a su alcance. Y desde allí vio la bicicleta diminuta, allí abajo impasible y sola, vieja y hermosa. Mudo complice de un ansiado encuentro.

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